Suspiro
en su ambición es cada fibra.
Crujido
cada hueso en su aceptada
liturgia
del quebranto .
! Qué
alto queda el cielo,
quién
se niega
el
placer del poderlo conquistar!
Renegar
de tu origen
mineral
y marino.
Repudiar
tu infinita
colección
de miserias entrañables
No hay
sal
para
sanar la llaga tan vorazmente ubicua
de
tanta vacuidad.
Febrilmente se afana
por ser
fuego la piel.
Huele
al fin
como a
vara de incienso que se ofrece
en el
altar de un sueño incombustible
a
suavidad en celo,
a
dulce incandescencia.
A
carne transcendida,
heraldo
crepitante que preludia,
el gozo
de su éxtasis.
Al
ansia
por
someter a espíritu y materia
a la
elipsis total,
por asumir
que incluso ser ceniza nos impide
por asumir
que incluso ser ceniza nos impide
gozar de lo más puro y más irrenunciable.
A la aceptación serena de que ahora
A la aceptación serena de que ahora
sí que
es ya inminente la hora del eclipse.
Postrimería
oscura que anticipa
el
placer de fundirse íntimamente
en quietud y en silencio con la nada.
en quietud y en silencio con la nada.
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