Aunque yo nunca he sido por Violante
acuciada, confieso que a porrillo
hago sonetos, sin que me atarante
ni se me mueva un pelo del flequillo.
Fue leer uno y en el mismo instante
sentí hundirse en mí ese colmillo,
a la vez sugestivo, lacerante
e irresistible, de su gusanillo.
Conque aquí me tenéis, en la tarea
de asir la musa, que revolotea
y hasta a ratos susurra en mi cogote.
E incluso, si es que hay suerte, que la idea
no resulte confusa y que no vea
necesario añadirle un estrambote.
O sea,
ese pegote
que pretende cerrar lo desquiciado
con un perfecto círculo cuadrado.