miércoles, 28 de septiembre de 2022

Nidales del silencio


 

Habito en los nidales solitarios

donde medra el silencio.


Y no me pesa.


Es todo

cuestión de acostumbrarse a prescindir

de los ruidos del mundo,

ese imán tan caótico,

y a la vez evitar

que nos duela la ausencia de los ecos

de las voces amadas.


Luego,

muy poco a poco,

se adiestran los oídos en el arte sutil

de escuchar los sonidos apenas perceptibles

que flotan en el aire,

ese repiqueteo de la lluvia

sobre el cristal,

el leve

y encendido suspiro de la brisa

cuando acaricia al sauce, la tersura

del adiós musical que improvisa el jilguero

al despedir la tarde.


E intentas recordar como sonaba

el río de la sangre que impulsaba animoso

tu propio corazón,

antes que lo anegasen las tormentas

de los mares revueltos de la vida.


Mientras vas aprendiendo a echar la vista atrás

sin supurar agruras ni saudades.


Y esperas que te llegue,

definitivo,

el sueño.


martes, 27 de septiembre de 2022

Austral señuelo


 

Siempre está ahí,

con su señuelo

de adormidera y raso,

la venial tentación de liberarse

del peso de los días.


Es fácil,

sobre todo

en estas horas plácidas de las tardes  de otoño,

de luz dorada y aire reposado,

en que las garzas son sobre el azul

una fecha apuntando

hacia la austral bonanza.


Basta cerrar los ojos y dejarse llevar

por las ensoñaciones.


Esas en que te olvidas

de tu esqueleto grávido, hasta poder sentir

que las alas te crecen y que vuelas con ellas

hacia las tierras cálidas en que no existe invierno

ni se empeñan las ramas en irse desnudando

mientra tiemblan los mirlos,

ni la tierra desprende vaharadas que hablan

de rigores futuros.


Pero atardece pronto

en otoño

y refresca

cuando cae la noche.


Despierto.


En plena cara

como un aliento frío e implacable ,

la gris realidad de nuevo me golpea.


¿Quién soñó que en la casa del mísero y el viejo

pudiese prosperar una esperanza?

lunes, 26 de septiembre de 2022

La paradoja de la arcilla


Tan pegada a la prosa, tan pegada

a la realidad sin paliativo

de la arcilla y su ruina programada

que impregna la sustancia de lo vivo.


Tanto cinismo anclado en la mirada,

que no logra encontrar ningún motivo

para seguir vagando hacia la nada

derrochando su brillo sensitivo.


Y a la vez, cuánto empeño en inmolarse

en el altar de la palabra ardiente

por si en su esencia alcanza a sublimarse.


Segura de que puede la ceniza

eludir su destino intrascendente

cuando el verbo la avienta y la eterniza.