Indócil por principio,
los tiempos de los otros
nunca han sido mis tiempos.
Arrancarle a puñados hojas al calendario
no hará que vuelvan antes las cigüeñas
ni anochece más tarde
por atrasar relojes.
Siempre me he declarado en rebeldía
contra su dictadura
y acepto bailar solo al genuino compás
que el corazón me marca.
Él es el que decide
si es día de fiesta o amanece
otro lunes nublado.
Él es el que se aplica
en descubrir esa gota de néctar
que cada uno guarda.
El placer de sentarse a media noche
a oír crecer la hierba
o adormilarse en los atardeceres
escuchando nocturnos
mientras vas aceptando
que las cosas ocurren
porque así estaba escrito
y tal como hoja otoñal, arrastrada
por agua de la lluvia,
permites que te lleve la deriva
liviana de los días
sin oponer ninguna resistencia.
Al fin y al cabo ocurrirán las cosas
cuando deban pasar.
Ya llegará el minuto
de recordar que existen los relojes,
que su tictac señala
la hora en que nos toca rebelarnos
con un último grito.
Antes de liberarnos definitivamente
de la opresión del tiempo.