Será que a ciertas horas
me vuelvo extañamente sensitiva
y afecta a lo trivial,
pero me enerva
esta condensación de los languores,
apenas insinuada,
dispuesta a echar raíces
sobre el perfil del aire.
Porque yo me conozco...
Y es que sé que lo mismo que me duelo
con cualquier aflicción y que suspiro
y hago mío el aliento melancólico
con que el instante vívido hasta el climax
al expirar suspira y se disuelve,
de idéntica manera
sé que puedo atrapar sin dramatismo
las esquirlas de paz que se han quedado
flotando a la deriva
después de que deflagra
la palabra a fuerza de silencios.
Todo es cuestión de cultivar parcelas
de quietud y penumbra,
permitir que florezcan en ellas los enigmas
y descifrar sus claves a base de desvelo.
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Siempre me falta noche.
Siempre me sobran horas desabridas,
arrasadas de luz
en que enterrar mis sueños irredentos,
aquellos que presumen de noctámbulos,
libres almas bohemias
que suelen esfumarse con la aurora.
Hay recuerdos hermosos,
de aquellos que merecen ser guardados
como valiosas gemas adornadas
con engarces de música y ternura
en el rincón más íntimo
y más acogedor de la memoria.
Nunca será bastante
la protección y el mimo
con tal de preservar su espléndido tesoro
ante las mezquindades
que tras cualquier esquina de la existencia esperan.
Saben quedarse allí, lujo de incógnito,
bajo el manto de polvo que los años
nos prodigan gustosos.
Pacientemente esperan su momento,
aquel en que el hastío nos hostigue,
el golpe del dolor nos desarbole
y la aflicción nos venza
para venir a ser nuestro consuelo.
Para llegar prendidos de un aroma,
Para llegar prendidos de un aroma,
una sombra ,un sonido o un fulgor
a susurarte al borde del oído:
tú también conociste
un tiempo más risueño en el que amaste
con la misma pasión que te quisieron
y bailaste en noches estrelladas
valses bajo los pomos de las lilas.
Acaso no nos sirvan
para ahuyentar del todo las eclipses
que en los ojos nos pone la tristeza.
Pero una veladura de emoción
en algo alcanzará a disimular
el indiscreto brillo de las lágrimas.