Y ahí,
en
algún lugar
de un
pecho descuidado y sorprendido,
un algo
se rompió,
sintió
el sollozo
del
cristal al quebrarse,
noto el
mordisco de las astillas rotas
buscando
hambrientas carne fresca en la hondura
de su
fragilidad.
Sufrió
el tormento
abrasador
de hielo derretido
que fue
alud vaciándose a mansalva
sobre
su corazón
y
agotando de golpe los impulsos
de
correr de su sangre.
Luego
todo se
hizo costumbre...
Suelen
decir que el tiempo
nos
curas las heridas,
todas,
las
incontables tajaduras
que el
roce de una piel sensitiva en exceso
contra
otra piel sensible
y el
paso de los días nos procura.
Dicen...
Pero es
mentira.
Únicamente
las maquilla un poco.
Y las
va endureciendo con una fina pátina
de
mansedumbre y conformidad.
Hoy
incluso
habrá
alguien que diga que hay un algo hermoso
en la
realidad atormentada que guardas a recaudo,
como
en una vitrina,
en el
vasar más íntimo del alma.
Que no
hay obra de arte
tan
primorosamente craquelada.
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