Era tan placentero el escuchar
el canturreo alegre de la lluvia,
acurrucada, allí,
a tu costado,
y dejarse llevar por su cadencia,
suavemente,
por rutas
de oníricos paisajes.
Nunca he vuelto a sentir esa envolvente
y grata sensación de dulcedumbre.
Ahora que, sin ti, la soledad
inficiona el ambiente,
la lluvia solo es letanía irritante
que despierta y afila
mis aristas más grises.
Su sonido monótono no logra
disipar el runrún recalcitrante
del silencio más ácido
y más devastador.
Ese que nos atruena
porque nos crece dentro.
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