Me gustan las tormentas.
La fiera compulsión con que las nubes
nos cuentan sus conflictos y se inclinan
a resolverlo todo con luz y con taquígrafos,
aparatosamente
Es una bendición acurrucarse
en un rincón a oscuras a esperar
que descargue por fin el aguacero
y la tensión latente se disuelva.
Después sabes que el aire
habrá de ser más limpio y más balsámicos
sus fragantes aromas , sazonados de un punto
de voluptuosidad.
Y el cielo más azul y más dispuesto
a dejarse embaucar por las argucias
del fulgor y su corte de arcoiris que invitan
del fulgor y su corte de arcoiris que invitan
a dejar que prospere la esperanza.
Me gustan las tormentas,
tanto como aborrezco el forcejeo
de los sordos rumores intestinos
del existir , que pugna
por acallarse
ahogando
los ínfimos vestigios de risas que nos quedan.
Que alrededor el mundo
rumíe sus tormentos y consiga venderse
rumíe sus tormentos y consiga venderse
como balsa de aceite porque así lo aparenta
y siga son su inercia rutinaria
de girar por girar sin inmutarse.
Mientras todo por dentro
se conmueve y tirita.
Y va desmoronándose estrepitosamente.
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