Se que hoy debería
embriagarme otra vez,
cruzar el límite
de toda conveniencia y arriesgarme
a perder la noción de lo prudente .
Solo en el torbellino del exceso y la plétora
encuentra algo de alivio
la sensación de tedio omnipresente,
su náusea,
la desazón agraz de que no tiene
el mundo,
ni el mío ni el de nadie,
remedio
Pero a mí me repugna
el olor a alcohol
y siendo abstemia
no lo tengo sencillo para ahogar
tan ingente ración de lucidez.
Por suerte tengo yo mi propia fórmula
para el daikiri seco:
Tres rimas de Gustavo,
tres excelsos poemas de Aleixandre,
otros tres de Kavafis,
aderécese al gusto
con unos cuantos versos malditos,
decadentes
y endiabladamente acompasados,
pongamos de Rimbaud o Baudelaire
y el cóctel explosivo está servido
Tomado a trago corto,
suele hacerme muy rápido el efecto.
Casi siempre me agarro la llorona...
Se me suelta la lengua y palabra a palabra,
pena a pena,
conquisto sin rubor el ya muy encumbrado
cénit de lo pátético.
Dicen que los que beben
pretenden olvidar,
pero yo al achisparme sorbiendo poesía
quiero que se me quede su cadencia tatuada
en ese peculiar rincón de la memoria
capaz de resistir
el expolio selvático del tiempo
Siguiendo su rumor
sé que podré volver hasta el umbral
del cualquier paraíso vislumbrado
cuando hasta su esperanza se ha perdido.
A cambio, poco importa
si en largas madrugadas de insomnio y de resaca
me toca vomitarme a golpe de soneto.
Y quedar retratada una vez más,
puerilmente ridícula ,
toda almático culo al descubierto.
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