Quién
dirá que no tiene un viejo anhelo
de
conquistar el aire , sepultado
dentro
de sí, que nunca fue olvidado
y
florece en las noches de desvelo
Uno se
sueña ingrávido, entregado
al
ciego impulso de emprender el vuelo
hasta
rozar las puertas de algún cielo
que en
exclusiva tiene reservado.
Luego ,
con los destellos de la aurora,
cuando
de despertar llega la hora,
es
cuando te espabilas y aterrizas.
Y te
ciñes de nuevo la armadura
de este
ser de raquítica estructura
al que
se empeña el mundo en hacer trizas.
De
indomable criatura
capaz,
aun siendo barro y luz oscura,
de
arder y renacer de sus cenizas.
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