Oler la flor. Diseccionar su aroma
hasta desentrañar qué confidencia
le quiere hacer al éter cada esencia
que escapa de su mínima redoma.
Oír la brisa. Descifrar su idioma,
captando qué matiz de trascendencia
capaz de hacer tan suave la existencia,
guarda en su melodía policroma
Respirar. Empaparse lentamente
del aire, hasta sentir que nos recala
una paz infinita íntimamente.
Reconciliarse, al fin, agradecida
por cada nimio don que te regala,
con este enigma que llamamos vida.
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