Desde los cuatro puntos cardinales
se eleva un rumor sordo,
subrepticio,
que perturba a las bestias.
Pero la especie humana
se ha acostumbrado al ruido
y ya solo percibe el que produce
el correr del dinero.
Quien tenga oídos para oír,
que escuche.
Está cansado el vientre de la Tierra
de su papel de madre,
de entregar, generoso, sin recibir a cambio
más que depredaciones.
El desprecio infinito que escupimos
hacia el cielo, imprudentes,
hoy nos cae en el rostro.
El Día de la Furia
tenía que llegar.
No hay otra manera, por desgracia,
de que vuelva a encontrar el equilibrio.
Y no nos engañemos
con la leyenda urbana de que existe
la justicia poética.
No detiene su brazo ejecutor
ni el llanto de los niños.
Ha llegado la hora en que el prudente
debe encender sus lámparas.
Manteneos alerta,
vigilad
la huida en desbandada de los pájaros.
La mirada ambiciosa de los cuervos.
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