No se quebró mi voz, aún la siento,
trivial cascabeleo, en las mañanas
intentando, afanosa, que su acento
suene como un repique de campanas.
Lo que se me han gastado son las ganas
de cantar por cantar, sin fundamento,
mientras entre miserias cotidianas
se consume mi vida a fuego lento.
Si solo el respirar es ya la excusa
que le da a la existencia algún sentido,
¿cómo puedo pedirle yo a mi musa
que tararee valses en mi oído?
Hoy me dicta la música difusa
de la Balada Triste del Olvido.
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