Ni los ojos se inmutan,
ni el corazón se duele.
Ahí fuera un insecto
acaba de estrellarse contra el cristal,
se agitan
las hojas ya resecas al sentir el aliento
de la brisa otoñal
y un pájaro despide con un réquiem magnífico
ese rayo de Sol, aún tibio, de Octubre,
que regala la tarde.
Aquí dentro, tristeza
exhala cada pétalo
de esa última flor que me brindó el rosal ,
que en un jarrón de vidrio,
cortada, languidece.
¿ De qué me quejo yo?
¿De tener una mente soñadora,
amante de extraviarse
en elucubraciones metafísicas,
y una piel sensitiva hasta el espasmo?
Hoy han nacido estrellas
y han llegado a su fin constelaciones.
La vida ha de seguir sin detenerse
su ritual de costumbres.
El que el humus al humus
deba volver,
no es drama.
La tragedia es saberlo.
Y presentir
que al aventar tu polvo
no ha de haber quién se inmute,
es lo más natural
que no tiemble siquiera ni un átomo del aire.
Dolor es la certeza que te infesta,
feroz melancolía, igual que una carcoma
mordiéndote la carne.
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