Mirar desde lo alto es lo sencillo.
Lo difícil es poner el pie en la tierra
y echar a andar.
Sin mapas.
Como todos.
Y compartir con todos
la zozobra que da la incertidumbre
de no saber las huellas
que conviene seguir.
Guiarte por tu instinto
y confiar en la suerte.
Y mirar hacia el cielo buscando una señal,
acaso alguna estrella
que titile en el mismo momento en que la miras.
Ser uno más entre los desahuciados
de aquel lugar seguro de bienaventuranza,
que a media noche
-y sin dormirse-
sueñan.
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