Llegan de allí, de dónde
solo a muy duras penas se recuerda
como un eco impreciso una palabra alegre,
hecha de luz, que suena
a música:
Esperanza.
Llegan cruzando mares, montañas y desiertos,
desde el confín penúltimo de la Tierra de Nadie,
que Dios les regaló
y otros se apropiaron.
En sus ojos, la estela
de oscuridad, tristeza y desconcierto
que marca a todo ser
que ha perdido a su madre.
Llegan, a ver si encuentran
algo de abrigo aquí.
Reciben una manta,
una comida
un techo...
-no existen por ahora
sonrisas enlatadas-
Albergan la ambición de conseguir
humana calidez.
Todavía no saben
que acaban de acceder al territorio adusto
de los indiferentes,
de los fríos
de corazón,
Al Reino de los Solos,
donde todos- a golpe de guión-
simulan que se abrazan.
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