Poder vivir así,
con la impaciencia
que puede adivinarse en el brillo turgente
de los brotes desnudos del almendro
por estallar y desplegar por fin
sus pétalos al aire.
Sin pensar
que abrasa el entregarse al arrebato
de su requiebro ardiente.
Sin sospechar
de las depredaciones con que arrasa
cuando se vuelve frío.
Poder sentir aún
el íntimo temblor de la emoción
que conmueve y embriaga a los seres felices
que guardan todavía
intacta inocencia.
Por lograrlo
¿ quién hay que no entregase alborozadamente
cada triste minuto de está vida tediosa
y desapasionada que le queda.
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