De pronto estoy aquí,
fragilidad que tiembla,
desnuda,
a la intemperie,
ante la inexorable e inmisericorde
avidez de los ojos.
Ignoro hasta qué grado de dolor
puede aguantar un cuerpo.
Cuánta desilusión cabe en un alma.
Solo sé que no quiero descubrirme
aferrada a la vida,
suplicando
por un sorbo de aire.
En la cumbre más álgida de mi humana miseria
y de mi dignidad,
solo queda aceptar que se ha cumplido
mi hora.
Que mi suerte
hoy sería entregarle suevemente mi aliento,
transformado en suspiro,
a una estela de brisa.
Y dejar impregnado
el ambiente sereno de esta tarde de otoño
de un perfume de lilas.
Rareza hecha primor, que se derrocha
y se va disolviendo imperceptiblemente,
mientras que se encamina,
silente,
hacia el olvido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario