No todo
fue cantar , pero hubo horas
en que
afanarse en buena compañía,
si no
menos cansadas, las hacía
extraordinariamente
encantadoras.
Recibir
abrazados las auroras
el
sueño de los ojos no impedía,
pero
nos despertaba una ardentía
en la
sangre de tórtolas reidoras.
Y ahora
¿ dónde fueron los gozosos
tiempos
en que la vida y su afilado
instinto
ni rozaba nuestra seda?
Creo
que ante los labios silenciosos,
rendidos,
de puntillas se han marchado.
Es
coser y llorar lo que nos queda.
.
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