miércoles, 28 de marzo de 2018

Cuarto menguante



Las flores de la acacia,
blancas y diminutas,
fueron las que aceptaron las primeras
sin rechistar su sino.

Y yo las vi caer,
aunque no supe
interpretar su declinar temprano
como señal de que no existe nada ,
ni lo más inocente, que esté a salvo
del depredar del tiempo.

Pero el tiempo nos sigue los talones
igual que un lobo hambriento que persigue su presa.

He visto cómo iba devorando,
lo grande y lo pequeño,
lo esencial y lo nimio
la apariencia y el alma de seres y de cosas,
y más que nada
todo aquello que fue para mí hermoso,
consolador,
amado.

Hoy
soy otro pobre ser que sobrevive
replegado en sí mismo.

Recelando de todos los relojes,
por si le hacen trampa y le acortan las horas.

Descontando las cuentas
de su breve rosario de minutos .

Inventándose fábulas
de tierras prometidas

Macerando sus penas
en los posos que tiene todavía
de paz al corazón.

Pidiéndole a la Luna en su cuarto menguante
que detenga su impulso de hacerse Luna Nueva
y sumirlo en la noche
más larga y más oscura de las sombras.

Disimulando apenas el modo en que le crece
y lo va aniquilando, muy poco a poco , el miedo.

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