Cuántas
veces me alegro
de que
termine el día.
La
noche es una tregua
que
viene a liberarme
En sus
horas insomnes
me
sumerjo los mares tenebrosos
de mis
íntimas dudas ,donde apenas
si me
mantengo a flote,
rehén
de las mareas que fluctúan
entre
mis sueños y mis realidades
Ha
valido la pena
-me
pregunto-
resistir.
Afanarse
por
seguir respirando un poco más,
por exigirle al aire que se apreste
por exigirle al aire que se apreste
a
alentar mis rutinas
y a la
luz que atestigüe
el
color de la sangre
de un
alma fatigada ,que malvive
de
derrota en derrota.
La
madrugada en blanco
termina
por rendir tu resistencia
y acaba
transformándose en el lapsus
sedante
y compasivo,
en el
que los minutos se eternizan
y cobra
el mundo otra dimensión
en la
que todo encuentra su lugar,
su por
qué ,
su
sentido...
Y si
no,pues tampoco
llora
por eso nadie
ni
cruje y se colapsa el universo...
Después
de la zozobra,
qué
grato recalar en la quietud amena
del
espejismo de tus seguridades.
Luego,
cuando amanece,
es
cuando vuelve el miedo.
Temor a
que galopen los minutos
con el furor de potros desbocados ,
a ver
desvanecerse
como si
fuesen humo los instantes
sin
haber exprimido hasta la médula
su
esencia primordial .
Pavor a que se paren para ti los relojes
y a que
todo termine...
No
queda más remedio
que
huir hacia adelante...
Que
hacerte la valiente
impostar
la sonrisa
y
renovar con gusto tu romance
incierto
y tormentoso con la vida.
Que
esperar otra noche
en que
el silencio anime a hablar con uno mismo
y
seguir preguntándote.
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