Sobre la boca traigo un exabrupto
armado de verdad.
De los que duelen.
Por eso me la muerdo.
Sé que debo callarme.
Por prudencia.
Para no despertar la destemplanza
que sobre el aire duerme.
O lo simula.
Los picos curvos
son hábiles oliendo los descuidos,
no hay rincón en penumbra al que no lleguen
las sombra de las garras.
Porque velar de cerca
el sueño sin doblez de las palomas
es el fin primordial de la perfidia,
que anhela fabricarse
cojines con sus plumas.
Y ya se sabe cómo descifran los silencios
los oídos del mal
y sacan filo
a los suspiros más intrascendentes.
Sé que debo callarme,
aunque se pudra
dentro de mi garganta tanto grito
con tal de que prosiga la violencia
sumida en su letargo.
No puede un cielo inerme
llegar a hacerle honor a su promesa
de : “ Bienaventurados los pacíficos”.
Pero fría
y despacio
se toma la revancha
Me iré a la eternidad
blandiendo un alarido interminable
con el que reclamarle que se haga por fin
justicia a mi palabra.
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