Ha sido todo siempre
un irse acomodando.
Apurar los minúsculos
resquicios de la vida
por los que se colaban a tus espacios íntimos
esos rayos de Sol
capaces de animarla
y aprovechar las largas tardes de lluvia y tedio
para tejer saudades.
Ahora lo que toca
es adaptarse a la necesidad
de gestionar lo escaso,
a aceptarte viviendo con los ojos escépticos
y la piel agostada
mientras dentro de ti,
a tu pesar,
cultivas la narcótica semilla
del desapego.
Es fácil,
se trata solamente
de entrecerrar los párpados
y borrar los paisajes,
ideas, sensaciones y recuerdos
que anidan en su envés
como quien funde en negro el fotograma
final de una película...
Solo queda esa hilacha,
tenaz,
que constituye
una especie de insólita atadura,
como un cordón umbilical inverso.
Con qué fuerza me une
a la luz...
Cómo cuesta
cortar esta invisible, sedosa y acerada
hebra fundamental de los afectos.
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