Ya
no me quedan pájaros ni flores,
ni
afónicos ni lánguidas siquiera,
con
los que disfrazar de primavera
la
estación otoñal y sus rumores.
Se
me fueron durmiendo los olores
sobre
la piel, soñando la quimera
de
la brisa de un tacto, vana espera
en esta estepa de los desamores.
Pero
aun así me sobra el desvarío
suficiente
en la voz, y si Dios quiere,
he
de engañar el tránsito hacia el frío.
He
de arroparme el alma con un cante
dulce
y triste, muriendo como muere
un cisne, hecho lamento deslumbrante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario