Ha llegado el verano.
Visarlo por escrito en un papel
es toda una obviedad ante el gracejo
con que cantan los pájaros
y las crepitaciones extenuadas
con que cuentan las yhedras,
su exasperado anhelo por un poco de sombra.
Ante la nítida,
tersa complicidad con que el celaje
lo publicita desde las alturas
vistiendo sus azules más intensos.
Ante el jovial descaro con que lucen las flores
sus galas primorosas,
compitiendo en belleza,
sin sospechar siquiera que sus pétalos
ya son los desdichados precursores del humus.
Que con su podredumbre
ya sueña la hojarasca para darle
un toque de glamour a su manteo.
*****
Solo mi corazón sufre la herida
por la velocidad con la que el tiempo
fluye sin detenerse,
pasa sobre sobre nosotros,
nos arrolla a su gusto
y nos va molturando,
y nos va remoliendo como a guijas menudas
hasta que nos termina reduciendo
a barro que suspira.
Solo yo siento cómo me atormenta
una inquietud opaca ,
indefinible,
que malogra mis días
y desvela mis noches.
Y ante el cielo suntuoso
repujado de estrellas del estío
mi latido no exulta,
si no que ,extrañamente,se vuelve melancólico,
acaso conmoviéndose
conjeturando cuántos de esos resplandores
son destellos fantasmas,
náufragos esplendores de mundos ya prescritos
rutilando sin rumbo
sobre el vacío inmenso.
El alfa y el omega
son dos extremos de la misma nada.
Y ,en el medio, yo
soy la definición del menos cero
elevado a la enésima potencia
encarnado en doliente lucidez
que anda columpiándose
sobre el angor punzante de su presentimiento.
Este pálpito urente que me avisa
de que son los veranos,
sin excepción,
efímeros.
Y en cambio nadie sabe
cómo de larga , fría e insufrible
puede llegar a hacerse la ruindad
del último invierno.
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