Renuncio a desangrarme
en los brazos de un sueño tempestuoso
que solo por capricho de la suerte
-o, ¿ quién sabe?, de la fatalidad-
lograría cumplirse.
Dimito de correr sin un respiro
persiguiendo mis más puros anhelos.
Solo así puedo ser
la dueña de mi tiempo y de mi espacio,
decidiendo en qué punto
de la prosa infinita que conforman mis días
se desvelan mis noches
Y saber del languor
opresivo y malsano que causa atrincherarse
contra el propio abandono.
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