No sé
por qué no tienen las mañanas
la
misma claridad  y no percibo
belleza
en el paisaje inexpresivo
que veo
al asomarme a mis ventanas. 
Ni  por
qué de  repente tengo ganas
de
ponerme a llorar sin un motivo
y  me
parecen ya sin objetivo 
las
pequeñas rutinas cotidianas.
Solo sé que en mitad del pecho  siento
el
peso   asolador de la impotencia
ante el
silencio y el distanciamiento
Y el
vacío infinito de  una   ausencia
volviéndose
 un suplicio tan violento
que
priva de sentido a mi existencia.
 
 
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