La noche nunca ha sido mi enemiga.
Siempre he sabido hallar entre sus sombras
un lugar confortable y escondido
en donde reponerme
de mis días cansados,
en el que refugiarme de mi miedos
y de mis soledades.
Pero hay veces
en que el que el débil destello de Luna que se cuela
por entre las rendijas que deja la persiana
es todo un hervidero de presagios
y sientes que mañana llegará
doblemente cargado
con mayores fatigas.
Toca cerrar los ojos
para dejar de ver la oscuridad.
Y ponerse a cantar en voz muy baja
hermosas nanas tristes
para ver si se duerme de una vez
la caterva de sueños desvelados
que nos rebulle dentro.
Hay que olvidar que fuimos y no somos
e ir dejando atrás cualquier negrura
que no nos deje ser lo que podríamos.
Todo consiste en eso,
en ir reinventándose.
Vivir.
Sobrevivir
a costa de forzar el gran milagro
de ir desengañandose
y al tiempo conservar intacta la emoción.
Dispuesta a degustar intensamente
cada nueva sorpresa,
buena o mala ,
que al renacer la luz nos encontremos.
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