Colapso.
Esa fue
durante mucho, por propia prescripción,
la idea inconcebible.
La palabra prohibida,
la que suena en la voz
a amenaza velada,
y hace estremecer los firmes fundamentos
que deben sustentar
-se supone-
tu vida.
Todo era espejismo,
una hipótesis vana,
absurda,
de tu ego.
Si hasta a la mismas piedras
las caricias del viento acaba transformándolas
en arenas que quedan sometidas
a su lábil capricho,
¿cómo no ha de ceder la carne hipersensible
al embate del tiempo?
Y si esta flaquea,
¿dónde podrá el espíritu
buscar algún cimiento para su arquitectura
de transparencia y aire?
Fue la debilidad
que habita en la materia
y la convierte en atractiva y frágil,
un temblor,
un desmoronamiento
anunciado,
un cumplir
lo que de ti esperaba tu destino.
Colapso,
esa es la maldita palabra impronunciable
que hoy me sangra en la boca.
También la más precisa,
la que mejor define lo que siento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario