Cada día más vivos, así es cómo os siento
mis fantasmas queridos, dulces sombras calladas,
que pobláis mis recuerdos en esas madrugadas
en que no quiere el sueño llegar a mi aposento.
Solemos engañarnos usando el argumento
de que el tiempo diluye las figuras amadas
y sus duelos, en cambio, las vuestras, acendradas,
noche a noche, más nítidas pueblan mi pensamiento.
Las miradas, los gestos, las risas, las canciones
y el latir compartido de nuestros corazones
debieran ser consuelo y son brasa encendida.
Me consumo en el rito de rumiar impotencia,
vestal de vuestro urente memorial de la ausencia,
a sabiendas que nunca cicatriza esta herida.
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