Hoy no tenía ganas de salir.
Se me ha ido estrechando
mi zona de confort.
Ya es mi costumbre
vegetar en el limbo,
mirar tras el cristal como pasa la vida
sin apenas rozarme.
Pero sobrevivir exige estos tributos
de inclementes paseos
bajo un cielo invernal, en el que apenas
si se atreve a asomarse algún rebelde
rayo de Sol.
No logro
habituarme a tener que caminar
por calles atestadas
de gente bulliciosa.
Nadie sabe
de qué manera puede
atormentar el corazón del solo
la intensidad del eco de las risas,
definición perfecta del sonido
feliz.
Sentimental,
perturbador.
*******
Alargo
innecesariamente este receso
en el penitenciar, al que te obliga
cumplir con el prosaico afán manducatorio.
Detrás de los cristales del café,
el mundo es un lugar inhabitable
lleno de gente anónima
- sombras de otros Juan Nadie, como yo-
que siempre tienen prisa.
Remuevo los terrones lentamente
mientras mi pensamiento reproduce,
una vez y otra vez,
rostros, gestos, imágenes,
el qué, el quién, el cómo...
lo identitario de mi biografía.
Y no puedo evitar ponerme triste.
Como los soliloquios de mi mente,
la cucharilla avanza
en círculos concéntricos.
Igual que la existencia.
Qué castigo divino
más atroz este errar
en eternos caminos circulares.
Es hora de salir
y respirar el aire destemplado
que aplaca el lacrimal.
Fuera empieza a llover.
Y no he cogido
paraguas,
confiando tontamente de nuevo en mi intuición,
contra el pronóstico
que dio el hombre del tiempo.
Voy a calarme
hasta más misma médula.
Está visto, lo mío
no es ser clarividente...
Otro fracaso más.
La vida sigue.
También a los diluvios,
si es que llegan,
tendré que acostumbrarme.
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