Dime,
¿ acaso no has sentido alguna vez
el rumor intestino que originan
al medrar mis tormentas?
Compactas vaharadas de suspiros,
evocación agraz de los efluvios
de las flores marchitas,
que hablan de sangrante frustración
por tantos y tan tristes buenos días perdidos,
y atruenan el silencio.
Fulgores tamizados
por la delicadeza de los párpados,
capaces de fundir
los casquetes polares,
pero que nada pueden contra el hielo
con que la indiferencia
fue sepultando viejas ilusiones.
Aún así,
no hay nada que temer,
no oraré con fervor para que abra
sus compuertas el cielo sobre nadie,
no anida en mí la furia,
fruto de la impotencia,
ni me mueven
el afán de revancha y el despecho,
solamente me invade
una inmensa tristeza.
En mí empieza y acaba
este mal sin remedio...
Se trata solamente de dejar
que la fatiga acabe por rendirte
y el tiempo haga su parte.
Lentamente,
en mansos temporales de lágrimas furtivas
se acaba diluyendo.
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