Con qué loca y osada inexperiencia
cantabas matariles en las suaves
tardes de algún abril, en que las aves
celebraban el don de tu inocencia.
En el fondo del mar no están las llaves
de castillo ninguno, en consecuencia
por mucho que bucees a conciencia
tan solo encontrarás hundidas naves.
Quién fuera aún rehén de aquellos cuentos
que te inspiraron sueños seductores
en la estación lejana de la infancia.
Luego, ante octubre austero y sus recuentos
de fracasos, suplicas los favores
del olvido y su don de la ignorancia.
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