Había
cierta vez moza galana,
que, en
su inocencia, ajena a que lo hermoso
que
Dios le dio celaba un pitañoso
anciano,
no cerraba su ventana.
Hasta
que percatose la lozana,
una
noche de invierno riguroso,
como
desde la calle aquel rijoso
se
complacía en su afición insana.
Y se
pasó seis horas la criatura
vistiendo
y desvistiendo, echando cuerda
al
diablo con que darle un escarmiento.
¡
Pobre viejo! Si bien la calentura
o el
frío lo mató, no se recuerda
un
muerto con tal cara de contento.
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