Ha
llegado la hora nuevamente
de
enfrentarse a la sórdina rutina
que
acompaña a la noche.
Dedicarse,
a
falta de un tic tac que marque el ritmo
del
lento desfilar de los minutos,
a
escuchar el sonido tempestuoso
del
propio corazón .
Ese
nidal vacío
poblado
de carencias,
que
se exprime
su
último aleteo,
un
estertor exangüe, que derrama
sobre
el sosiego , quebrando su tersura
con
su runrún quejoso.
Hoy
siente que no tiene
razón
para latir si no escucharse
a
sí mismo
y
obviar
los
rumores que pueblan la penumbra
con
las voces de ayer y nos erizan
de
recuerdos cortantes la dermis del silencio.
Solo
queda esperar
que
al Sol no se le olvide salir por el Oriente.
Aun
conociendo qué acerado y áspero
suele
ser su fulgor para los ojos
resecos
de llorar.
Aunque
alcance a afligirnos con su revelación
sobre
nuestra miseria irremediable,
la
luz es siempre luz.
Y
verla un día más es lo que importa.
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