Mi piel
no necesita de pronombres
-ni
siquiera un nosotros- pues se olvida
en su
honor de sentir. Ni que la asombres
con la
palabra lúcida y florida.
Si has
de hacerla gozar, que desescombres
su lujo
de la pátina adquirida
en la
rutina pide. Y que la alfombres
con
silencios de lava derretida.
Con la
suave caricia interminable,
con
racimos de besos que derraman
sed
sobre su ansiedad inabarcable.
Durmiente
y bella, rinde ante el tributo
sus
volcanes cegados que proclaman
la
eternidad que cabe en un minuto.
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