domingo, 28 de mayo de 2017

Rainbows


Aquellos años fueron buenos años.

O al menos eso creo.

Un tiempo de inconsciencia
en el que todavía fabulaba que el mundo
era una enorme tarta de merengue
hecha para mi boca,
y podría comérmela
sin perder ningún diente en el intento,
en el que aún podía salir a pasear
cada lunes vestida de domingo
sin dar explicaciones ni ponerme la máscara
de la risa perfecta,

  Y tumbarme en los prados bocarriba
a jugar con mi perro sobre el tapiz herbáceo,
o a perseguir las noches del estío
efímeras estelas luminosas
en que depositar algún deseo
y a soñar que podrían
mis ensueños cumplirse.

A pesar de que quedan esos días lejanos
regreso con frecuencia
a usufructuar su bienaventuranza,
cuando cierro los ojos
y dejo que me asalten las antiguas canciones
y los viejos aromas
que llegan impregnados de vívidas imágenes
cargadas de emoción.

Yo vuelvo en cuanto puedo,
pero nada es lo mismo.

Debe ser que la senda de frágil ilusión
que lleva al Arco Iris no consiente
muchas idas y vueltas

En sus cielos nublados
ya no quedan estrellas temblorosas
a las que poner nombre.

La amenaza de lluvia
va empapando el ambiente
con una sensación indefinida
de asunción de derrota inevitable,
de aviso de tragedia.

Y es que, aunque, sin duda,
aquellos años fueron,
mientras duraron, años excelentes
volver la vista atrás de poco sirve.

Si acaso para ver
como delante nuestro se nos hace
mucho más largo y lóbrego el camino.

Y más omnipresente la tristeza.

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