martes, 1 de agosto de 2017

Puerto de llegada


No sé bien ni por qué...

De siempre tuve
aquella vocación ineludible
por regresar a un tiempo antes del tiempo
que ni siquiera guarda la memoria.

Desde que me recuerdo me he soñado
dichosamente descuidada y líquida
y cantando la música
libre y feraz del agua.


No sé cómo ocurrió...,
seguramente
ha sido podo a poco,
a base de ir perdiendo día a día,
batalla tras batalla,
palmo a palmo ,
centímetro a centímetro
el terreno .

La vida me ha vencido finalmente...

Ha puesto tal pasión
en la caricia pétrea,
se ha consagrado tanto a la cruzada
de irme triturando la voz y los impulsos,
que hoy siento que soy ya, mal que me pese,
casi de arena ,
consistencia muda
abocada a ser carne de desierto.

Tampoco sé por qué extraño milagro
hasta el páramo gris en el que habito
a ratos por sorpresa
llega una brisa añil extraviada
no sé bien desde dónde,
acaso
desde dónde se esconde lo improbable,
desde un rincón risueño que todavía conserva
-!resiliencia bendita!-
un poco de humedad y de locura.

Y puedo , a su conjuro,
rememorar la dulce placidez
del momento inefable
en el que la existencia discurría
sin ninguna inquietud, como meciéndose
al compás que imponía el universo
y marcaban las olas
y era el mayor problema
decidir si quería volar como gaviota
o seguir tras la estela de un banco de sirenas...
...o si todos besos que al cabo habrá de darme
un marino perdido,
sabrán a ron o a miel,
a sal ,
a espuma...
O a puerto de llegada.


Y el mundo se me vuelve
-bendita resiliencia-
un lugar donde aún cabe
la alegría perfecta de perderse
e incluso de encontrarse
si remos ,
mar sin norte,
con rumbo a la esperanza.


Alma adentro

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