A
mí me gustaría
poder
hablar de cosas más amables.
De
días que transcurren por tranquilas veredas ,
con
sedosas mañanas de llovizna
que
hace que florezcan las magnolias,
cuyos
suaves perfumes amenicen
las
placenteras tardes de Sol y de paseo.
De
que en la hora mágica
en
que, pasión y sangre , va creciendo el crepúsculo
el
aire es puro pálpito
incendiado
a suspiros.
Pero
es que se niegan las señales
en
darme una razón para exprimirme
esa bendita gota de santa ingenuidad
que
aún debe quedarme indemne en mi interior
con
que pintar paisajes de idílica armonía.
Algo
debe pasar cuando los pájaros
enmudecen
y vuelan en círculos concéntricos,
sin
saber dónde ir.
Cuando
al llegar la noche,
que
se presume intransitable y larga,
un
corazón cansado no recuerda
dónde
estaba su nido.
*****
Un día más los astros
prosiguen
su camino , gozosamente ajenos,
a que
deben cumplir con su destino
que
los aboca a un pozo
repleto
de negrura.
Yo sé.
Sé que sé
y no
puedo negármelo .
Alguien,
armado
de aguzadas sinrazones
y
diestro en la ceguera,
me
obliga a someterme a mi oscuro designio,
de
sumirme en silencios.
A
celebrar con gusto el rito que da vida
a los
muertos vivientes
Sobrevivo,
rumiando
el amargor de mi desánimo,
dentro
de este ataúd de carne y hueso,
abrazada
a la loca y última esperanza
de que
hay un después.
De que
siempre es posible
volver
a renacer sin otra herida
que el
poso imperceptible de tristeza
que da
la lucidez,
allí,
del
otro lado
del
castrador abismo que no puede
ahogar
toda la luz.
Olvidaron
los ángeles que existen las trompetas.
¿Y
para qué tocarlas, si cada cual ya tiene
su
propio apocalipsis?
Aquel en que su mundo, hecho de amor y música,
tan
entrañable y mínimo
colapsa
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