miércoles, 12 de diciembre de 2018

Inoportuna


Cuántas noches quisiera
ser capaz de arrancarme con  uñas y con dientes
de cuajo la memoria...

Tormento refinado
que acude puntualmente a desvelarme
con recuerdos de aquel tiempo que era
tan feliz sin saberlo,
que hoy sé a ciencia cierta
que ya no volverá.

De qué le servirá
tener memoria al agua
ahora retenida
en la cárcel carnal de nuestro cuerpo,
si acaso se recuerda
suspendida en la nube,
tiritando en la nieve,
resbalando
sobre la superficie de la hoja,
fluyendo alegremente,
jugando a columpiarse
entre los cangilones del molino,
saltando en el arroyo
convertida en canción?

¿Será más encendido
y más sutil el aire
que guarda a cal y canto remembranzas
de todos los suspiros de amor que lo han surcado,
de todos los sollozos
de pena que ha tenido que embeberse,
de todos los silencios que alguno vez lo hirieron
con su inconfundible
rumor a  desamparo y soledad?

Tener memoria sirve para poco.

Para vivir anclados al ayer
regurgitando
imágenes nostálgicas.

Ardor reminiscente
de un pasado
que el tiempo ha cocinado a fuego lento
y que en nuestro interior nunca termina
de estar bien digerido.

Para eructar a ratos
acedías en forma de poemas.

Para reconocerse ese patético
perdedor reincidente,
que verso a verso arroja  frustración por la boca
para ver si así espanta
las ganas de llorar.






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