Si pudiera elegir qué recordar
entre todas las cosas que me pasan,
sin duda elegiría ese momento
en que no pasa nada.
Ese preciso instante
en que parece que tras de una jornada
que discurre entre ruidos y ajetreos
la vida alrededor al fin se calma.
El aire, estremecido,
llega a tu pecho como una bocanada
de consuelo y frescura , oliendo a flores,
que el favor de la noche te regala.
Y el silencio te envueve
con una suavidad tan entregada
que hasta puedes sentir entre sus brazos
como el runrún de tu dolor se acalla.
El mundo queda allí , de otro lado,
y su aliento de azufre no te alcanza
en el islote de quietud que habitas
en esta hora mágica.
Por eso, si tuviera que elegir
qué recuerdo salvar de la maraña
de imágenes grabadas en mi mente,
a mordiscos, a fuego, a estocada ,
sin duda elegiría este momento
que ni arde ni sangra.
En el que , simplemente, encuentra el corazón
la paz que ambicionaba .
Ese en el que disfrutas de un frágil y perfecto
bienestar animal,
tan raro,
en que parece
que no ha pasado nada.
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