Nunca he sabido cómo
lidiar con los morlacos de la pena.
Hay días que consigo
distraerla algún rato,
malamente,
bailando el pasodoble
que suena en cada plaza.
Astifinos y oscuros,
sus pitones son diestros
en buscar mis sangrías .
Allí donde se agolpan
los recuerdos que duelen y que sienten
pasión por derramarse.
Cortarme la cabeza ,
desgajar la memoria,
de nada serviría
cuando sobre la carne están grabadas
los momentos más dulces.
Dar tormento a mi piel ,
siempre intuitiva
y habitada por el escalofrío
no sería bastante.
Se hace necesario
arrancarme de cuajo el corazón,
dejar que se derramen sus más rojos humores
y su latido cese.
!Pues que siga la fiesta!
Que a mi querencia lleguen los cuchillos de Luna
verdugos de mi duelo,
que al vaciarlo,
quizás logren salvarme.
Pues que suene la música
y que dancen del brazo el amor y la muerte,
que se canse la pluma de escribir
cada hora un romance .
Sobre el albero brillan
los racimos de rosas carmesíes
que la arena engalanan
-qué tristeza tan fiera-,
malamente,
a costa de mi sangre.
Ha llegado la hora
de la verdad,
si acaso tengo suerte
me sacarán a hombros.
Aunque poco le importe a un cadáver andante
si los aplausos suenan .
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