Definitivamente
hoy no
quiero llorar.
No
quiero malgastar este crepúsculo
de
lujo esplendoroso, empantanándome
en la
contemplación de mis derrotas.
Hoy no
quiero sentarme en un rincón
a
recordar pasados más felices
y a
dejar que me invada la nostalgia.
Ni
quiero sumergirme
a explorar la verdad de mis abismos
y verme
tal cual soy
la
imagen de un presente deslustrado
a base
de rumiar desesperanza.
Hoy
prefiero salvarme de mí misma,
maquillarme
a conciencia,
ensayar
un buen rato ante el espejo
mi
sonrisa mejor
y
echarme a la calle
en
busca de un buen bar.
Uno de
esos sitios que poseen
el aire oscuro de cubil bohemio,
el aire oscuro de cubil bohemio,
en los
que aún se puede beber cerveza negra
mientras
escuchas música,
donde
de vez en cuando un espontáneo excéntrico
se
arranca y te recita
uno
puñado de versos decadentes.
Allí,
encastillada en su penumbra,
puedo
regodearme hasta la náusea
en la
biopsia de mis emociones.
Y echar
la culpa al humo
si me
escuecen los ojos.
O decir con cinismo:
"A mí siempre me hace llorar la poesía”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario