Yo
tengo desde siempre guardado en el almario,
la voz
de una milana,
que
solo entrego al aire cuando me da la gana
el
pregonarme pluma de sueño libertario.
Se
sonrojan las tórtolas de ver cómo profana
el
cielo cuando busca en cada campanario
un
milano corsario
que
codicie su canto de gracia gavilana.
Aquel que se lo apropie, después que no se extrañe
si
tintinean risas en su coloratura
o cruje
la amargura.
O de
que la mirada de pronto se le empañe
porque
aunque a él lo engañe,
mejor
que nadie sabe que es carne de clausura
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