jueves, 1 de febrero de 2018

Memoria de Ítaca


Todavía conservo un recuerdo, tan tenue,
que a veces no consigo distinguirlo
de uno de esos sueños
con que quiere la noche
confundirnos, dejarnos desvelados
colgados de un enigma
y afianzarnos suyos.

Es de un lugar
en donde el cielo es siempre azul turquesa
y el aire tibio,
dónde las horas pasan
aromando tu vida de verdor;
donde el dolor no es nunca
esa coraza de espinas hacia adentro,
en dónde, por inútiles
los pañuelos no existen
y todas las mañanas
son mañanas de Abril.


Cada paso es un paso tras sus huellas
imposibles,
estrellas movedizas
sembradas al albur sobre un océano
que no tiene horizonte.

Rehén del oleaje,
juguete de los vientos,
de cuando en cuando recalo en las arenas ,
como una concha más,
y me entretengo
-estratagema hábil del cansancio.-
más que en contarlas en aprender sus nombres

Vuelvo después,
desoyendo los cantos
sensatos de la tierra que apetece mi cuerpo,
a dejarme a arrastrar a tenebrosos
submundos de medusas y sirenas
y a poner rumbo a casa,
retomando este viaje
-quién diría
que no tuviese prisa en regresar...-
que está tomando trazas de resultar eterno.

Ahora ya no sé
si debo aventurarme a ir sobreviviendo
de naufragio en naufragio,
reanudando de nuevo el camino hacia Ítaca
o abandonarme
y quedarme dormida de nuevo entre los brazos
de cualquier Polifemo.


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