Llega
otra vez la noche,
otra
vez llega
el
vacío a adueñarse de mi pecho,
la
angustia a corroerme con ira las entrañas,
la duda
a carcomerme,
la
verdad a afligirme ,
a
desvelarme,
envuelta
en los noctámbulos rumores
que
agigantan las sombras de mis presentimientos.
La
noche dejará de avasallarme
pero
no cesará mi sufrimiento.
Los
días se suceden
desganados
y tristes.
Se
deslizan despacio,
como
agua de lluvia entre los dedos,
y el
tiempo, ese presente
valioso
que anhelamos,
es un continuo enigma que nos huye
sin
dejarse sacar ningún provecho.
Aunque
la luz acalla
los
pálpitos oscuros,
y el
ruido de la vida
amortigua
el clamor que nos rebulle
a
cataclismo próximo,
aunque
canto y me río cuando toca ,
todo es trampantojo que enmascara
un
desmoronamiento.
Porque
las procesiones
de las
penas más grandes y más hondas,
que no
tienen consuelo ni dios que las remedie,
ya se
sabe
que
siempre van por dentro.
Yo ya
no pido nada
al
cielo sordomudo .
Solamente
confío
en un
golpe de suerte.
En que
cambien los vientos
y las
nubes se abran
y el
Sol brille otra vez sobre nosotros.
Que
antes que mi tiempo se termine
sonrías
al mirarme
y que
yo pueda verme reflejada
en tus
ojos de nuevo.
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