Lo
primero fue el brillo en la mirada.
No sé
lo que pasó, pero un mal día
el
iluso fulgor de la utopía
huyó y
me la dejó desangelada.
Después
fue la sonrisa congelada,
que ante
ajenos helores se arrecía,
la piel
que fue mermando en lozanía,
las
bolsas, las ojeras, la papada...
Más
tarde les tocó a la cintura
y al
andar erguido y arrogante,
supongo
que perdí ya la figura.
Lo de
ahora es aún más preocupante,
claudica
el corazón, ya no apresura
su
ritmo al presentir lo palpitante.
Y el
genio... ! Sí que no!! Será locura,
!pero
antes salgo con los pies “pa, alante”!
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