Fumarolas
teñidas
de
colores amables y emotivos
nos
nacen con el paso de los años
del
volcán, triste brasa ,
en que
se ha convertido el corazón,
cubriendo
los paisajes
que, a
modo de postales cuarteadas
y
fotos amarillas de otros tiempos,
conserva
la memoria.
Su
bruma nos engaña
Se
finge veladuras trasparentes
y
delicados tules,
pero
con qué eficacia
hermosea
los rostros anodinos
de
todos los recuerdos.
O acaso
es en los ojos,
en la
amalgama singular que forman
el
cristalino sólido y el vapor de las lágrimas
-vitriolo
sublimado -,
donde
se nos disuelven las imágenes.
Incluso
más adentro,
en la
maraña
de
espinosos secretos y sueños asolados
puede
que anide el soplo germinal que propicia
esa
especie de transustanciación
de la
sal en azúcar,
de lo
feo en hermoso,
de la
ceniza en llama,
de lo
tedioso en lúdico,
de lo
ordinario en trascendental.
Venga
de donde venga,
que sea
bienvenida, providencial, la magia
que nos
hace volver hasta el pasado
con
mirada de niño.
Que le
regala al triste y deslucido
presente
sin sorpresas ni afectos que nos toca
un poco
de ilusión.
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