A
ciertas horas de la madrugada
suele
venir muy bien dejar que nos enreden
un
puñado de versos.
Aflojarse
las cinchas
del blindaje y permitirse
un
cierto descarrío sensiblero.
Suave claudiación,
mansa
derrota.
Inútil desahogo
que de sobra
sabemos de antemano
que
no conduce a nada
excepto
a la antesala de unas horas
cargadas
de nostalgias que nos ponen
húmeda la mirada
y nos dejan la piel más encendida.
Y añorante
y mucho más dispuesto
a
ser carne de entrega al corazón.
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