Fue en
Mayo ,
en ese
mes
que
para mí fue siempre el de las rosas
y
desde entonces solo es el tuyo.
Felizmente
llegaste
hasta nosotros
como
quien trae un regalo inestimable,
envuelto
con primor, entre sus manos.
No
traías un pan
sujeto
bajo el brazo, pero tu obsequio era
igual
de nutritivo
Trajiste
la alegría
prendida
a tu sonrisa iridiscente
y
asomaba en tus ojos
una
estación de flores y jilgueros.
Esas
invitaciones invisibles
de
seguir disfrutando de las pequeñas cosas
de las
que se alimenta nuestro espíritu.
Un modo
de obligarnos
a
aferrarnos con un nuevo vigor
al
clavo abrasador de la esperanza.
Creímos
que aún
quedaban
estaciones en que sentir la dicha
de
gozar como niños atrapando el secreto
del
tiovivo y la lluvia,
de la
espuma y la sal,
del Sol
y las canciones.
Entonces
no sabíamos
que tú,
siendo inocente,
estabas
destinada a ser en nuestras vidas
otro
nuevo dolor ,
silente
y resignado.
Sin
remedio.
Insufrible.
Metáfora grabada en carne viva
de lo
que es la ausencia
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